El potencial transformador de las máquinas produce asombro y preocupación a partes iguales. Demasiados trabajadores creen que las máquinas van a venir a quitarles el trabajo. El problema de esta mentalidad defensiva es que impide aprovechar las oportunidades. Si una organización cambiara su enfoque hacia las máquinas de “ellas contra nosotros” a “nosotros”, podría, de la manera más productiva, facilitar la integración continua de las máquinas en la fuerza laboral y generar un enorme efecto y un mayor bienestar. De ello hablan Stefan Moritz y Kate Smaje, de McKinsey & Company, en el artículo “Forging the human–machine alliance”.
El escenario volátil e incierto actual (con escasez de mano de obra, inflación y una posible recesión) ha vuelto a convertir los costes, la eficiencia y la resiliencia en prioridades claves para los directivos. La automatización ofrece a las organizaciones una forma de avanzar en todos los ámbitos.
Pero, para sacar provecho de estos beneficios, los directivos deben replantearse su modelo operativo y sus procesos para integrar verdaderamente las máquinas. Las empresas deben adoptar una visión expansiva a la hora de aplicar esta tecnología. Ahora las máquinas pueden hacer mucho más que soldar piezas de automóviles. Pueden aprender a clasificar la fruta o predecir cuándo es necesario realizar el mantenimiento de un equipo clave de la fábrica. También pueden gestionar el servicio al cliente, distinguir el cáncer de piel de millones de otras imperfecciones, competir en juegos complejos (y ganarlos), participar en debates y categorizar miles de documentos legales.
El potencial transformador de las máquinas produce asombro y preocupación a partes iguales. Demasiados trabajadores creen que las máquinas van a venir a quitarles el trabajo. Su temor a menudo se explica por una sensación de falta de control y de miedo a lo desconocido, por la incapacidad de ver dentro de la caja negra. El problema de esta mentalidad defensiva es que impide aprovechar las oportunidades. También significa que el futuro parece estar sucediendo ante nosotros sin que tengamos la oportunidad de desempeñar un rol a la hora de darle forma para que sea algo positivo.
La derrota de Garry Kasparov a manos de la computadora de ajedrez Deep Blue de IBM en 1997 se considera un punto de inflexión en la saga de los humanos contra las máquinas, pero el marco estrecho que se suele usar para describir la partida solo cuenta la mitad de la historia. Kasparov no abandonó el ajedrez enfadado, sino que ayudó a inventar el ajedrez centauro, o de estilo libre. En esta versión en auge del juego, los jugadores pueden utilizar computadoras durante las partidas, aprovechando las millones de partidas jugadas por las máquinas para incrementar la toma de decisiones humana. Esta combinación de intuición y creatividad humanas con el abrumador poder de cálculo de las computadoras crea un competidor desalentador. Los expertos coinciden en que, al menos por ahora, los equipos de humanos y computadoras juegan mejor al ajedrez que las computadoras (o los humanos) solos.
Este descubrimiento subraya la necesidad de adoptar una nueva perspectiva: ¿qué pasaría si realmente se priorizara la creación de un futuro laboral en el que las máquinas se uniesen al equipo, en lugar de reemplazarlo?
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