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El capital social español no está preparado para la innovación productiva

14/01/2014

La persona es la protagonista de la innovación, y por eso es tan importante la calidad del capital social de un país para su innovación productiva, que es determinante para la mejora de su capacidad competitiva. Una de las principales preocupaciones de la Fundación Cotec, dedicada a fomentar la innovación en las empresas y en la sociedad españolas, ha sido la de analizar los valores y aspectos sociales y culturales que favorecen o dificultan el desarrollo de la capacidad innovadora de nuestro país.
Cotec ha querido seguir profundizando en este campo con la publicación de un informe sobre “Capital social e innovación en Europa y en España”, en el que se analizan los efectos del capital social en la innovación productiva en España y su comparación con cerca de una treintena de países europeos.

Análisis de un centenar de indicadores de encuestas internacionales
El documento es el resultado de la investigación realizada por el profesor Víctor Pérez-Díaz, doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, y utiliza cerca de un centenar de indicadores procedentes de encuestas internacionales relacionados con el capital social, entendido en su sentido más amplio. Estos indicadores analizan las redes y conexiones sociales en los ámbitos de la empresa, la familia y la sociedad en general, junto a aspectos institucionales y culturales, que incorporan a su vez normas y una cultura moral compuesta de sentimientos de confianza, motivaciones, juicios de valor, disposiciones y virtudes.
En todos los indicadores se han tenido en cuenta los efectos, tanto individuales como colectivos, que cada uno de ellos puede tener en la capacidad innovadora de los países contemplados en el estudio, con el fin de explorar mecanismos causales entre capital social e innovación productiva, es decir, la que está dirigida a crear productos y servicios o procesos y tecnologías y ponerlos a disposición de la sociedad.
Se analiza, en primer lugar, el capital social de las empresas, tanto interno, contemplando aspectos como la experiencia de trabajo, las relaciones entre los trabajadores o el trato que los trabajadores reciben de los directivos, como externo, analizando la cooperación de las empresas con otros actores y el capital social en las universidades, como formadora de investigadores y de otros trabajadores implicados en la innovación. Se detiene también en el capital social de familias y asociaciones, estudiando la familia, las redes sociales informales o amistosas, y el asociacionismo y su influencia en la innovación. Y, por último, analiza el capital social sistémico, contemplando aspectos relacionados con la confianza generalizada de los ciudadanos y su interacción con los principales actores estratégicos, como políticos y funcionarios, empresas y otros agentes del mercado, y con la cultura moral de la sociedad.
El informe señala que existe una clara relación entre la calidad del capital social y la innovación productiva en todos los países analizados y con la mayor parte de los indicadores utilizados. Una mejor calidad correspondería a sociedades poco individualistas, caracterizadas por niveles altos de capital social interno en las empresas y niveles bajos de capital social universitario y de capital familiar orientados hacia adentro, o endogámicos. También correspondería a niveles elevados de capital asociativo y de capital social sistémico, es decir, de pertenencia a asociaciones o entidades sin fin de lucro y de confianza generalizada y en las élites, así como a niveles altos de moralidad sistémica, caracterizada por una escasa corrupción pública, por un reducido intervencionismo estatal y por un buen funcionamiento de la democracia.

España, entre los países con un capital social menos afín a la innovación productiva
El informe distingue en Europa tres grupos de países claramente diferenciados, según se acerquen a ese modelo de capital social afín a la innovación o se alejen de él. El primer grupo estaría formado por los países nórdicos, incluyendo a Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega e Islandia, junto con Suiza y los Países Bajos, caracterizados por una capacidad de innovación más alta. El segundo lo integran los países centrales como Alemania, Austria, Bélgica, Francia, Luxemburgo, Irlanda y Reino Unido, que presentarían unas tasas medias, salvo en el caso de Alemania, que se acercaría más a los niveles del primer grupo. Y, el tercer grupo, el más alejado del modelo noreuropeo, lo formarían los países mediterráneos y de la Europa del Este, caracterizados por bajos niveles de capacidad innovadora.
España se situaría en este último grupo, cuya estructura de capital social es menos afín a la innovación productiva, con una evolución en los principales indicadores analizados caracterizada por su estabilidad en el tiempo, un nivel bajo y una estructura inadecuada. Los resultados españoles se colocan en niveles entre medios y bajos en todas las clasificaciones, según el indicador de capital social correspondiente, lo que supone una clara barrera que dificulta que España consiga tasas altas de innovación.
El informe destaca que dos de los factores que más nos alejan de los niveles de los países de referencia corresponden a indicadores de capital social familiar y asociativo: la emancipación extremadamente tardía de los jóvenes españoles en el contexto europeo (del 43% de los jóvenes de 18 a 35 años en 2002-2006, frente a una media europea del 53,5%) y el escaso nivel de pertenencia a asociaciones voluntarias en España (16,8% en 2004-2006, frente a una media europea del 28,8%). En el caso de los indicadores de las empresas, señala que, en los últimos 30 años, el modelo económico español no ha favorecido la creación de puestos de trabajo enriquecedores y que se desempeñan con autonomía; algo similar a lo que ha ocurrido con el capital social sistémico, en el que los factores que más nos alejan de esos países siguen siendo, desde el inicio de la democracia, la distancia entre los ciudadanos y la clase política y su escaso interés e implicación en la vida pública.

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