La OCDE define la competitividad como el grado en que, bajo condiciones de libre mercado, un país puede producir bienes y servicios que superen el examen de los mercados internacionales y permitan mantener el crecimiento sostenido de la renta nacional de sus ciudadanos.
Los principales informes de competitividad sitúan a España en posiciones muy por debajo de lo que le correspondería por el volumen de su economía. Además, en los últimos años, nuestro país pierde posiciones en todas las clasificaciones internacionales, lo que es sin duda un reflejo del deterioro de nuestra capacidad a la hora de competir en los mercados globales.
Este libro describe diez retos para que la innovación sea un pilar de la competitividad de España. Trata de cuestiones básicas para una innovación de calidad, como por ejemplo la mejora de la educación a todos los niveles, la transición hacia actividades productivas que generen mayor valor añadido, la dinamización del mercado para las grandes empresas y la Administración, la internacionalización de las pymes o la financiación de la innovación.
Mejorar el sistema educativo
Todos los niveles formativos deberán conseguir no solo que los alumnos adquieran conocimientos, sino también que se capaciten para aprovecharlos, aprendan a valorar su utilidad y sepan aplicarlos de forma participativa.
Justificación
Desde hace muchos años, las sociedades se han dotado de sistemas educativos para transmitir deliberadamente conocimientos, habilidades y valores de una generación a otra, como medio para facilitar, mientras aprende, la socialización del individuo. La calidad de un sistema educativo depende de la selección de los conocimientos que comunica, de la utilidad de las habilidades que desarrolla en el individuo y de la idoneidad de los valores que inculca. Y, en los sistemas educativos modernos, su éxito está en desarrollar la capacidad para aprender a aprender, habida cuenta de la constante y cada vez más acelerada evolución de los conocimientos y de las habilidades necesarias para aplicarlos.
Desde el punto de vista de la competitividad, la finalidad última de todo sistema educativo es preparar personas capaces de utilizar el conocimiento para contribuir al bienestar de la sociedad. Esto supone asimilarlo y, gracias a la habilidad adquirida, aplicarlo para generar valor, esto es, personas que, como trabajadores, sean capaces de utilizar en su puesto de trabajo los conocimientos adquiridos; personas que, como empresarios, sepan percibir las oportunidades que brinda el conocimiento para crear valor, y personas que, como consumidores, tengan los recursos necesarios para tomar decisiones de compra adecuadas según la utilidad percibida.
En el caso español, los datos de competitividad y productividad hacen suponer que nuestro sistema educativo tiene un amplio margen de mejora.
Datos e información de referencia
En 2011, la productividad del trabajo en España era un 20% más baja que la de EEUU y un 15% menor que la de la Alemania. Además, y año tras año, esa productividad ha venido creciendo menos que la de otras muchas economías europeas, de tal manera que, en los últimos 20 años, la productividad del trabajo de la economía española creció prácticamente la mitad que la de Francia, Alemania o Reino Unido. Y, lo que es más importante, el crecimiento de la productividad total de los factores fue en España seis veces menor que en estos mismos países.
Aunque la distribución de la población española por nivel de estudios terminados ha experimentado una importante transformación en los últimos años, dista mucho de la que exige una economía del conocimiento. Así, por ejemplo, en 2011 el porcentaje de población entre 25 y 64 años que había completado al menos el nivel de educación secundaria no obligatoria era solo del 54%, cuando en Francia era del 72% y en Alemania del 86%.
La población de España, a diferencia de la de Alemania y Polonia, se caracteriza por su polarización en los dos extremos de los ciclos formativos: o muy bajo o muy alto. El porcentaje de personas que solo han completado los estudios obligatorios en España únicamente es comparable al de Italia y dobla con holgura al del Reino Unido, Polonia y Alemania. Por el contrario, el porcentaje de personas con educación universitaria o de ciclos formativos de grado superior es en España superior al del resto de países. El peso de ambos extremos reduce sensiblemente en España el colectivo de personas con educación secundaria y otras postsecundarias no terciarias, colectivo de gran importancia por sus conocimientos y habilidades para la productividad de las empresas, para la fluida incorporación de innovaciones y para dar soporte a la actividad de I+D. Otra consecuencia de este perfil anómalo de formación es que en España solo el 67% de los ocupados con estudios terciarios estaban empleados en 2008 en ocupaciones de alta cualificación, mientras que en Alemania era el 82% y la media de la UE se acercaba al 80%.
Desde el punto de vista cualitativo, los resultados del último informe Pisa muestran que España tenía mayores porcentajes de estudiantes de 15 años que no poseían el mínimo requerido en matemáticas, ciencias y lectura que en la media de los países de la OCDE.
Por otra parte, existe un déficit general entre el nivel de conocimientos y habilidades que la empresa espera de los graduados universitarios y el que estos poseen. Un estudio de la Fundación Universidad-Empresa de Madrid, realizado en 2009, estima este déficit en el 11%, lo que muestra la existencia de un amplio margen de mejora.
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