“Quien da primero da dos veces y quien logre posicionarse en la Red de forma relevante, ofreciendo información rápida, clara y gratuita, habrá conseguido recorrer más de la mitad del camino en el siempre ansiado y complejo encuentro con el cliente”; ésta es la conclusión final de Iñaki Garmendia, presidente de EGA Master, quien, en este artículo, hace un repaso de las aportaciones más interesantes sobre la importancia de la innovación por parte de algunos de los más destacados pensadores vascos de las últimas décadas.
Marcelo Gangoiti -fundador del Centro de FP de Somorrostro y que da su nombre a los premios empresariales que organizan SPRI, Cebek y la Diputación Foral de Bizkaia- hablaba hace 60 años de la importancia del capital humano, de la educación como palanca de cambio, de invertir en conocimiento, de especializarse para competir en el ámbito internacional y de adecuar la oferta a la demanda del mercado. Marcelo Gangoiti, que había coincidido en el seminario de Vitoria con la generación humanista de José Miguel Barandiaran, Manuel Lekuona y José María Arizmendiarrieta, no tenía precisamente un curriculum académico de sesgo económico, pero ya barruntaba en la década de los cincuenta términos que para nada estaban aún acuñados en el argot empresarial.
Sin embargo, el hecho de que términos como innovación, inversión, internacionalización, competitividad, conocimiento, capital humano u orientación al cliente se nos presenten ahora con un halo de novedad, no significa que conceptualmente sean nuevos. El buen hacer es tan antiguo como la propia humanidad y, de una forma u otra, ha estado siempre presente en el devenir de la empresa vasca cuando menos en los últimos cinco siglos. Las picas en Flandes que pintó Velázquez con motivo de la rendición de Breda eran de fabricación vasca. Quizá nunca se ha dado escaparate marketiniano más logrado.
En 1986, coincidiendo con el centenario de su fundación, la Universidad de Deusto organizó un ciclo de conferencias con el título genérico de “Hombre y Empresa” y un subtítulo cuando menos atrevido: “Nuevos horizontes empresariales hacia el año 2000”. Las conferencias fueron publicadas con una introducción de Dionisio Aranzadi, y quien más tarde sería el autor de “El arte de ser empresario” (1992) citaba ya a Tom Peters (“A Search of Excellence”, 1982) y adelantaba las cuatro claves para alcanzar el éxito empresarial: innovar sin cesar, potenciar el factor humano, liderar y mimar al cliente. Cuatro claves que son hoy de plena actualidad pero que no parece que consiguieran entonces excesivo predicamento práctico en el entramado económico-empresarial de nuestro entorno.
La innovación como nuevo producto o servicio
Veinticinco años más tarde, el filósofo bilbaíno Daniel Innerarity desbroza -en su último ensayo (“La democracia del Conocimiento. Por una sociedad inteligente”, 2011)- aspectos relacionados con la gestión del conocimiento en la sociedad del conocimiento, la ciudadanía científica, la inteligencia de la crisis económica o el valor de la creatividad, y, respecto al concepto de la innovación, apunta: “No basta con que haya buenas ideas para que pueda hablarse de innovación. Una innovación tiene lugar cuando la idea se traduce en un nuevo producto o servicio y es aceptada en el mercado”.
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